Todos podemos ser asesinos: Daniel Giménez Cacho

Daniel Giménez Cacho lleva a escena la obra "Misericordia", protagonizada por ocho mujeres que caminan juntas en la Caravana por la Paz

Por la libertad de las ideas

En los últimos años, la prensa mexicana ha vivido momentos difíciles debido a la violencia y al crimen organizado. El PEN Internacional se solidariza con los periodistas y comienza actividades en nuestro país a favor de la libertad de expresión. Presentamos un recorrido por la historia de la organización y una entrevista con John Ralston Saul, su presidente.

Mi mamá es un zombi

Así despertó un día. Era un lunes como los he visto amanecer por montones, sólo que esa mañana en lugar de levantarme suave y cariñosamente, mi mamá intentó morderme los pies. Yo estaba dormido y primero creí que era una pesadilla. No reconocí que fuera ella. Sólo vi una horrenda cabeza con pelo negro que lanzaba mordiscos. La pateé con todas mis fuerzas y juro que escuché cómo tronaban algunas de sus vértebras.

Historias de zombis, la nueva moda literaria

Los zombis carecen del romanticismo y de la personalidad que poseen los vampiros, pero no por ello son menos seductores. Esos muertos vivientes que siempre en hordas van por la vida devorando cerebros, han cobrado una fuerza arrolladora y se han convertido en un fenómeno de la cultura contemporánea.

Charles Dickens y la invención de la realidad

El 7 de febrero celebramos 200 años del nacimiento de Charles Dickens, en cuyos relatos y novelas conviven el pensador social, el sabio humanista y el humorista vivaz. No sólo dio aliento a centenares de seres que personificaron unas vidas tan inverosímiles como extremas, sino que capturó el espíritu de un paisaje urbano —Londres y sus calles decrépitas— sin el cual no pueden concebirse la ruindad y la bondad humanas. "Laberinto" ofrece ocho acercamientos polifónicos a su obra y su legado. Por estas páginas caminan el niño empleado en una fábrica de betún, el editor y periodista (con un texto inédito en español), el padre de familia, el enamorado, el escritor incansable a quien debemos la apología de esa institución literaria ya tan en desuso: el final feliz.

Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas

jueves, 19 de julio de 2012

Misericordia

Olga-Harmony.jpg

Olga Harmony

Fuente: La Jornada

Algunos no simpatizamos con muchas actitudes de Javier Sicilia, aunque respetemos su dolor de padre. No nos gustan sus actitudes de Júpiter Tonante, las descalificaciones sin pruebas a políticos honestos y tampoco compartimos el espíritu cristiano con que besa lo mismo a la víctima que al victimario, o lo lleva a perdonar a Felipe Calderón en nombre de una sociedad que no lo hizo su vocero. Pero es indiscutible que encabeza un importante movimiento en que se logró dar nombre y cara a las víctimas de la espantosa violencia que sacude al país. Las denuncias de los deudos se escuchan –aunque no con la amplitud que sería deseable por la incuria de algunos medios– gracias a la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad que llevó al Legislativo a promulgar la Ley de víctimas, vetada por Calderón, pero en vías de ser rescatada. Por todo ello es de celebrarse que el teatro cumpla con una de sus funciones, la de reflejar la realidad social para llamar a la reflexión.

También es de celebrarse que la Compañía Nacional de Teatro amplíe su repertorio convocando –en este caso fueron Luis de Tavira, Julieta Egurrola y quien dirige la obra, Daniel Giménez Cacho– a jóvenes dramaturgos poco conocidos para escenificar algún texto suyo. Por desgracia, la elección de Hugo Alfredo Hinojosa no resultó un acierto con Misericordia, obra que el autor comenta haber trabajado un mes en los ensayos con las actrices, ya que el joven dramaturgo tijuanense no tiene todavía la solidez necesaria para salir avante en este tipo de empeños. Hinojosa declara haberse inspirado en Esquilo, Eurípides y Carson McCormik, cuya influencia le queda grande y se advierte poco, además de haber recogido testimonios de las víctimas y sus deudos, pero la premura que se le impuso lo llevó incluso a autoplagiarse: Si estamos muertos ¿por qué no puedo ver a mi padre? dice el Periodista 1 en Iluminaciones VII, (Ver la revista Paso de Gato en su número de aniversario) Si estoy muerta ¿por qué no puedo ver a mi hijo? se pregunta Sofía. Esta es una pequeña muestra de que su oficio no se ha consolidado del todo, lo que se nota en casi todo el texto, con nombres mitológicos para algunos de sus personajes que poco o nada tienen que ver con lo que se narra.

Asimismo resulta muy difícil distinguir los momentos en que las mujeres están vivas y recorren el camino clamando justicia para sus muertos de aquellos en que aparecen muertas ellas mismas, por lo que la dramaturgia resulta caótica. Las escenas de la plagiada y su custodia resultan casi paródicas e impiden que una actriz talentosa como es Èrika de la Llave caiga en el estereotipo, y la realista escena final entre una madre y una hija parece pertenecer a otra obra, a no ser que se quiera diferenciar la cotidianidad de los tiempos felices de las catástrofes a que todos estamos expuestos por la violencia indiscriminada.

Daniel Giménez Cacho dirige, apoyado por la iluminación de Philippe Amand y los diseños, sonoro el de Rodrigo Espinosa y de movimiento corporal el de Lorena Glinz, a las ocho muy buenas actrices (Julieta Egurrola como Sofía, Rocío Leal como Penélope, Teresa Rábago como Erinia, Érika de la Llave como Casandra, Ana Ligia García como Helena, Gabriela Núñez como Fátima, Renata Ramos como Gaya y Carmen Mastache como Monserrat), con el único recurso de las sábanas que cubrían al inicio sus cuerpos yacentes. Las sábanas retorcidas se atan a un cuerpo y lo torturan, cubren cabezas de mujeres arrodilladas y posiblemente cautivas o envuelven los cuerpos por encima de la ropa –en vestuario de Estela Fagoaga– como para protegerlos del frío. En un momento dado las mujeres se agrupan como erinias alegóricas alrededor del cuerpo de Érika de la Llave –a la que se ha ubicado en las escenas del secuestro como partícipe de las organizaciones criminales– e intentan pegotearle papeles que pueden ser fotografías de sus muertos o reclamos justicieros.

A pesar de las fallas que se puedan encontrar al texto de Hugo Alfredo Hinojosa, hay virtudes que conviene destacar en esta producción de la CNT. En primer lugar, que se despida a Felipe Calderón mostrando en un escenario uno de los más graves daños que infligió al país, por lo que sería bueno que recorriera varias localidades y despertara las conciencias adormecidas.Y otra, netamente teatral, advertir que las actrices jóvenes no desmerecen ante las ya consagradas.



viernes, 24 de febrero de 2012

El periodismo en mi vida



Gilberto Soriano

Recuerdo que gran parte de mi infancia, sino es que toda, la dedique a la lectura. En lugar de jugar con los niños del vecindario, yo me recluía en el rincón más alejado de la casa: la biblioteca de mi abuela. En este pequeño pero abundante espacio, que constaba de no más de tres libreros repletos de libros y revistas (principalmente de literatura y poesía) y una cómoda mesita, aprendí todo lo que la vida, mis padres o mis primeros profesores jamás podrían enseñarme. Aprendí el valor y el gusto por la literatura.
            No obstante, los libros y las revistas no fueron mis únicos amigos de andanza. Entre los peldaños atiborrados de libros se asomaban las revistas de Proceso y mejor aún, en la mesita del pequeño cuarto siempre se podían encontrar La Jornada o El Universal. Sinceramente los periódicos y Proceso me causaban un gran dolor de cabeza. Eran pocas las ocasiones en las que podía decir: “vaya, entendí todo lo que está escrito en estos papeles”. Mis lecturas en estos textos periodísticos se limitaban a las noticias nacionales y de cultura, y claro a los cartones que de igual manera pocas veces entendía.
            Con el paso del tiempo valoré cada vez más los periódicos. Pasé de leer sólo las notas relacionadas con la cultura, en especial las que hablaban de libros o escritores, a la política y a la economía. Esto fue, si no más recuerdo, en mi adolescencia.
            Me incliné, por algunas razones, a leer más La Jornada y cada vez menos El Universal. Sin olvidar a Proceso. Aquí comenzó mi etapa selectiva. No sólo me volví más selecto en elegir mis lecturas tanto en la literatura como en el periodismo, sino también más quisquilloso. Dentro de los periódicos me inclinaba más por leer las columnas de opinión o los reportajes extensos que las simples notas. Cristina Pacheco, Grandos Chapa, Hugo Gutiérrez Vega, Oscar Gonzalez López, entre otros, fueron mis mejores amigos.
            Obviamente, yo desconocía por completo la teoría del periodismo. No sabía que era un género periodístico, sin embargo, los podía distinguir. De esta manera diferenciaba a los géneros periodísticos informativos: La nota la identificaba como el texto que contenía la noticia en su más puro estado, es decir,  sólo se limita a  describir los hechos informativos. La entrevista la definía como la conversación entre un periodista y una persona, en la mayoría de los casos muy importante.
            Por otra parte, a los géneros de opinión sólo los identificaba por la manera en que los textos estaban redactados: En primera persona y con un estilo personal de cada periodista o escritor que iba desde la sátira hasta la forma más correcta del lenguaje.
            ¿Columna, editorial, artículo de opinión, cartón?  Sólo sabía que cada columna aparecía con regularidad, en una sección definida y con un nombre que las identificaba, así como la respectiva firma del escritor o periodista. En ese tiempo yo creía que los verdaderos periodistas eran los que tenían su propia columna en un periódico o en una revista.
            ¿Del editorial? siempre aparecía en La Jornada en las primeras hojas un texto con el título “Editorial” el cual abordaba la noticia más relevante del día o de la semana. En mi opinión, el editorial era la forma en que el periódico veía y argumentaba la noticia del momento.
La crónica y el reportaje siempre han sido para mí dos géneros muy aparte. Un híbrido entre la literatura y el periodismo. Sin lugar a dudas, eran y seguirán siendo los géneros más atractivos y divertidos para mí.
            Ahora con mis estudios de periodismo y mi poca experiencia como aprendiz en un medio impreso, me doy cuenta que desde pequeño conocí e identifiqué cada género periodístico. No a profundidad pero sí lo necesario. Con esto compruebo que el periodismo es un oficio que se tiene que talachear. Empezar desde lo más bajo y aprender de los grandes. Ya sea leyéndolos o practicando con ellos. Pero eso sí, siempre hay que trabajar.

            Conforme pasa el tiempo, la literatura y el periodismo me han acompañado a todas partes. Ellos dos me mostraron que mi verdadero camino no estaba en la ingeniería sino en el periodismo. Ahora con un cigarrillo en los labios, un vaso con café en la mano derecha y una grabadora en la izquierda me dirijo a cubrir el próximo evento que la revista me ha asignado.

domingo, 12 de febrero de 2012

Jóvenes reporteros


Arturo Pérez-Reverte

(Publicado en: Milenio. 12/02/12)
Hay una pregunta que me hacen con frecuencia: si echo de menos mis tiempos de reportero.

Ilustración: Mario Fuantos

Hace unos días volví a ver la película que rodó el director español Gerardo Herrero sobre mi libro Territorio comanche, que más que novela era un trozo de memoria personal con la ficción justa para aliñar la cosa. Rodada en escenarios tan naturales como la guerra misma, la película resiste el paso del tiempo; con la particularidad de que, al mostrar un Sarajevo agitado por los últimos coletazos del asedio serbio, contiene un valor documental extraordinario. Por mucho dinero que se metiese en la producción, sería imposible reconstruir hoy el sombrío decorado de esa ciudad destruida y peligrosa. El caso es que he visto de nuevo la película, como digo, refrescando el recuerdo que de ella conservaba: cierta cómica incomodidad cuando el actor Imanol Arias, que en la peli hace de mí, o casi, se muestra demasiado nervioso bajo el fuego —un reportero veterano, le decíamos sin éxito, siente la guerra con los ojos, no con los oídos—, y una sonrisa cómplice ante el modo con que Carmelo Gómez interpreta el papel de mi amigo el cámara de televisión Jose Luis Márquez; que a mi juicio, y también al del propio Márquez, es una de las mejores interpretaciones de su espléndida carrera de actor.

Estos días también he visto un magnífico documental del joven realizador Roberto Lozano —Los ojos de la guerra, se titula—, sobre los actuales reporteros en zonas bélicas. Aparte de removerme algunas nostalgias, el documental plantea una pregunta que me hacen con frecuencia: si echo de menos mis tiempos de reportero, y si el periodismo de guerra que se hace ahora tiene algo que ver con el de mi generación, la tribu de enviados especiales que, criados al socaire de viejos maestros trotamundos españoles como Vicente Talón, Manu Leguineche, Enrique Meneses, Tomás Alcoverro o Miguel de la Cuadra, cubrimos conflictos durante el último tercio del siglo pasado. Y mis respuestas a esas preguntas siempre se resumen en una: no lo añoro porque ya no existe, y el periodismo de guerra actual poco tiene que ver con el de ayer. Entonces te perdías dos meses en África y al regreso tu reportaje iba en primera página; mientras que ahora, si tardas minuto y medio en dar una información, ésta se queda vieja porque ya la conoce todo el mundo. Basta con ver un telediario, escuchar la radio o leer un periódico, y luego compararlo con lo que circula al instante por Internet. El teléfono móvil, la conexión en directo y el ordenador portátil acabaron con los viejos reporteros. Los enviados especiales de la televisión son ahora bustos parlantes de terraza o ventana de hotel, aunque no sea culpa suya: es imposible salir a la calle a buscar información cuando debes entrar veinte veces al día en directo, y a tus jefes interesa más decir “tenemos a alguien allí, o cerca” que lo que ese alguien cuente; pues la misma información ya circula por la Red desde hace rato, gracias a anónimos reporteros ocasionales que cuentan lo que ellos mismos viven. Además, una guerra bien cubierta resulta muy cara de cubrir, y no están los tiempos para alegrías, ni siquiera en los medios públicos. Más, cuando entre una matanza en Damasco y una final del Barcelona, la peña —que ésa es otra— prefiere ver el futbol.

Sin embargo, viendo el documental de Roberto Lozano, y gracias a las incursiones que a veces hago en blogs de reporteros independientes que andan por esos mundos buscándose la vida a su aire, compruebo con admiración que el periodismo de guerra no ha desaparecido. Se vuelve más individual, tal vez. Más humilde, peligroso y vocacional. Pero allí donde no llegan los grandes medios informativos, siguen llegando algunos hombres y mujeres, jóvenes por lo general, a quienes el ansia de aventura, la vocación, el cara o cruz de palmar o hacerte una reputación si sobrevives, empuja a coger una mochila y jugársela. Prefiero no estar en la piel de sus padres o de quienes los aman. Su vida es difícil; y sus ganancias, escasas. Ninguna aseguradora se hará responsable de su salud o su vida. Y aunque así fuera, pocos podrían permitírsela. Pero ahí van y ahí siguen, los que aguantan la prueba. El mundo es aún más peligroso que antes, la televisión e Internet volvieron peor y más resabiada a la gente que sufre y muere en lugares extremos; y moverse por donde crujen las costuras del mundo es una osadía suicida. Por eso el auténtico periodismo de guerra lo hacen hoy esos chicos y chicas solitarios y valientes, con sus blogs, sus tuiteos, sus mensajes sobre lo que ven y fotografían en lugares hostiles y remotos. Los últimos grandes reporteros siguen sin ser los últimos: tomaron su relevo estos parias del periodismo que con su tesón y coraje, afrontando la falta de medios, la vida incierta, la desgracia y la muerte propias del oficio —tales son las reglas y el precio de la aventura—, desmienten el viejo dicho de que, en toda guerra, la primera que muere es la Verdad.

sábado, 4 de febrero de 2012

Cosmogonía zapoteca: Tamayo




José Cueli
(Publicado en La Jornada 2012/02/03)

Antonin Artaud, en su libro El teatro y su doble (Editorial Hermes), explica cómo en el teatro oriental no hay un lenguaje hablado sino de gestos, actitudes y signos que, desde el punto de vista del pensamiento en acción, tiene tanto valor expansivo y revelador como el otro. Y así es como en Oriente este lenguaje de signos se valora más que el otro, atribuyéndole poderes mágicos inmediatos.

Aun cuando la puesta en escena no contara con el lenguaje de los ademanes, que iguala y supera al de las palabras, cualquier puesta en escena muda, con su movimiento, sus personajes múltiples, sus luces, sus decorados, “podría rivalizar con pinturas como Las hijas de Lot, de Lucas de Leiden, ciertos Aquelarres, de Goya; Resurrecciones y Transfiguraciones del Greco; como La tentación de San Antonio, de Jerónimo Bosch, y la inquietante y misteriosa Dulle Griet, de Breughel el Viejo, donde una luz torrencial y roja, aunque localizada en ciertos sectores de la tela, parece brotar por todas partes, y bloquear a un metro de la tela, por medio de no sé qué procedimiento técnico, el ojo petrificado”. Me parece que en algunas de las pinturas de nuestros creadores se repite este mecanismo, como en los cuadros de Rufino Tamayo en que aparece la cosmogonía de herencia zapoteca.

En sus telas, tintas y texturas hay la musicalidad de su pintura que fue sensibilidad y magia, heredada de los zapotecas y que lentamente se fue revelando en sus cuadros para que se expresara el espíritu, como esencia brujeril que brilló en sus lienzos, joyas de piedras de mil colores, acariciadas con su pincel para descubrir nuevos colores en un rastreo del origen que le revelaba otra novedad de colores con sus alegres fantasmas de formas caprichosas que se iluminaban con suaves resplandores casi imperceptibles, como cortinas de gasa transparentes para ofrecerse a la mirada curiosa deslumbrada por su luz.

Asimismo la rajada femenina en las medias lunas y las cortadas sandías rojas, muy rojas, en la que se adentró para cabalgar en la bóveda celeste con sus globos de chillones colores, que se confundían con las estrellas y su arco iris, del que sobresalía su rosa mexicano, como conjunción del sol y la luna, y el rojo como el fuego que todo lo consumía· y extendía sus lenguas para, sin que supiese de dónde, lo atraparan y arrastraran formas y colores caprichosos y fantásticos que se le revelaban como un nuevo sol que volteaba encendido para articular espacios, espíritus, gentes, naturalezas.

Después de estas revelaciones de don Rufino aparecen sus mujeres –búsqueda del origen con nuevas revelaciones–, originalidad que fue otra musicalidad y que no buscaba el poder, sólo el amor que integrara lo provinciano con lo capitalino, la sensualidad con la ternura, el pecado con la virtud, los buenos modales con lo vulgar, las llanuras con el desierto y que por su verdad, trascendieran en una radiografía que tornó manifiestos los fragmentos latentes de una nacionalidad escindida que encubrió en sus cuadros, pero que permanentemente lo desbordaban: la necesidad de idealizar para negar escisiones pasando de la omnipotencia a la degradación en revelaciones que iluminaban.

Allí estaban las dos vidas que escindido vivió entre su maternal Oaxaca zapoteca, poliedro de luz tallada y que tanto amó, y de la que nunca se separó hasta quererse fundir en ella con el rumor silencioso de su aire, el repiquetear de sus campanas, el color del mercado y el sonido del resbalar de los rosarios en las manos del mujerío y la tía, en su paso reposado como acólito en las misas matinales, y la otra vida entre los sones de la ciudad, las academias de arte, su vida farandulera, los frenos y ruido de cláxones y gritos de pregoneros, voceadores y merolicos que se integraban con armonía se podían diferenciar cada uno con su tono propio y sentimiento especial, algunos intensos y otros casi invisibles, igual a prolongadas vibraciones que flotaran por el espacio como largos sollozos.

Nostalgia de los borrachos de la plaza del pueblo y las vendedoras de sandías, mangos, piñas y mameyes relucientes; perros ladrando al sol, tigres mordiendo las rosas, caballos que corrían y corrían sin detenerse, mientras los árboles, rocas, llanuras y pequeños caseríos pasaban a su lado como exhalación, antes de que Rufino Tamayo llegara a la ciudad de México y los universalizara con todo y la nostalgia que siempre le acompaño, de su madre muerta y su natal Oaxaca con sus alegres campos cubiertos de textura verde maguey, y más acá, los desiertos sin límites, donde por las noches se carbonizaba el sol oaxaqueño, ese sol que nunca perdió, y fue su Dios.

Variaciones acerca de un tema y colores que se reúnen unos con otros, como se reúnen las ideas latentes de un sueño y que ya reunidas forman un inmenso y doloroso poema en el que cada color canta su dolor disfrazado de júbilo, y todas juntas se integran por medio de movimientos que son ritmo sandía; pensamiento que hierve callado en el ser de ese mexicano aparentemente común y corriente: Rufino Tamayo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Las cien representaciones de Rojo



Elena Poniatowska
(Publicado en La Jornada)

Paula Haro, quien vive en Mérida, se levanta y ve todos los días el programa El Mañanero y eso la pone de buen humor. También para miles, Brozo es un despertar a la crítica inteligente y a la risa. Por eso sorprende que haya escogido representar al pintor Mark Rothko, judío ruso que desembarcó en Ellis Island en 1913 y que siempre caminó sobre el filo de la navaja y, al igual que Van Gogh, estaba destinado al suicidio.

Todo el horror de la locura y de la depresión, todo el vacío y los terrores mortales, toda la tragedia griega, desde Ifigenia hasta Antígona, están en sus telas negras y grandiosas.

Si Víctor Trujillo sabe sacar de sí mismo con tanta excelencia la angustia del creador, es porque la conoce.

Si Víctor Trujillo nos comunica su rabia esencial es porque las emociones básicas nunca le han sido ajenas. Si Víctor Trujillo nos hace sentir que caminamos sobre una balsa a punto de hacer agua es porque él la vive todos los días al comunicárnosla en la madrugada.

No sé si Víctor Trujillo sea un hombre religioso, pero Rothko lo fue. Su capilla Rothko, en Houston, es quizá la única experiencia religiosa de los que no tienen dios.

La rapidez con la que los actores Víctor Trujillo y Alfonso Dosal cubren una tela en esta obra Rojo me llenó de asombro, porque no la lograría ni el más avezado pintor de brocha gorda. John Logan estaría orgulloso de semejantes intérpretes, así como muchos de nosotros estamos contentos de descubrir a un Víctor Trujillo que tiene afinidades con un hombre que supo jugársela y para quien lo único valioso fue el compromiso con lo que se cree, a costa de la propia vida.

lunes, 30 de enero de 2012

¿Arte o práctica artística?



Magali Tercero
(Publicado en Laberinto, Suplemento de Milenio 28/01/2012)

Llamar artista a alguien es para muchos un anacronismo. En una conversación reciente con un joven estudiante él se refirió todo el tiempo a sí mismo como un practitioner o practicante. Tal vez porque el arte ya no puede representar la realidad como ocurría antes. Es imposible porque el mundo cambió, porque la II Guerra Mundial ya se terminó, porque… Podría dar numerosos ejemplos pero el artista del siglo XXI ya no puede representar nada directamente. En este sentido la crítica debe ser inclusiva. Si verdaderamente se quiere hacer crítica no podemos admitir que tanto el arte como la vida se entiendan sólo por medio de la razón. La razón, esa gran diosa de la época moderna, no sirve para definir y catalogarlo todo. Tampoco sirve para nombrarlo todo y hacernos acceder a zonas del espíritu o de la mente que son imposibles de describir. La razón escapa a la vida y el espíritu, o como se llame ahora, continúa expresándose. De ahí que el periodismo cultural, una práctica que también está reinventándose constantemente, deba ser ejercido desde una amplitud de mirada.

¿Periodismo cultural o narrativo o ambos?

En 2011 hubo un seminario de periodismo cultural organizado por la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano creada por Gabriel García Márquez. A mí me sorprendieron algunas ponencias de periodistas que en sentido estricto no hacen periodismo cultural. Se dijo que no existe el periodismo cultural (y no en referencia a la calidad de las secciones culturales). Se sostuvo que el periodismo cultural debería transformarse en periodismo narrativo y que el periodista cultural no tiene por qué saber de arte, que basta con reportear a un artista o practitioner y entonces diseñar lo que ahora se llama un perfil biográfico. ¿Estos ponentes, destacados exponentes del periodismo narrativo, buscaban justificar su presencia en el congreso sobre periodismo cultural? No podía ser tan simple. Algo está cambiando y es necesario debatir e invitar al pensamiento, independientemente de lo que piense cada cual y de las opiniones personales: lo más superficial del ser humano según Borges.

El arte sucede

Ya lo dijo James Whistler; “el arte sucede”. Y varios siglos antes Angelus Silesius afirmó que “la rosa sucede sin porqué”. Las cosas humanas suceden. El arte o la poesía surgen. Hace poco un escritor mexicano me contó que en Francia se involucró con un seminario sobre la vida cotidiana y cómo ésta puede ser permeada por el paisaje. Durante una estancia suya en Juárez, en 1994, cuando se hablaba a diario sobre feminicidios, descubrió que ante una situación tan límite y tan nueva los juarenses ya no tenían palabras, ya no sabían cómo nombrar esa nueva realidad. Las personas con las que habló comenzaron a manifestarse con metáforas que “casi eran poesía”. De alguna manera, percibió mi interlocutor, ellos acudían a lo más profundo de sí para bautizar una situación que alteraba completamente su vida cotidiana. Debo decir que en Francia los simposios sobre vida cotidiana, un concepto mucho más complejo de lo que parece, vienen realizándose desde hace treinta o cuarenta años. Y debo decir también que la vida cotidiana es hoy un tema central en el arte contemporáneo.

Nombrar lo nuevo

Discusiones sobre la muerte de la novela, tema revisado por George Steiner en algún momento, aportan al debate, mueven las ideas, hacen surgir nuevos pensamientos, logran que cada persona, sea como lector, crítico, curador, filósofo o periodista cultural, modifique un poco su punto de vista y amplíe su mirada. Yo prefiero hablar de hecho artístico o de arte simplemente. Y abogo por un periodismo cultural no excluyente que trate de comprender distintas manifestaciones y las ubique frente al lector. El arte va siempre delante de la crítica. En este momento no importa tanto el nombre sino lo que está pasando. Nombrar es dar existencia. Por eso la tendencia a ubicarse sólo del lado de los medios tradicionales o sólo del lado del arte conceptual. Por eso lo importante es estimular al lector para que discierna con toda libertad. El hecho de estar en el mundo, se quiera o no, nos obliga a tratar de comprenderlo todo. No es posible lograrlo pero sí es necesario intentarlo. Un punto decimal lo define todo. Cualquier lenguaje es una posibilidad de vida.

_____
Esta es una versión resumida de la conferencia impartida en el Segundo Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural.

mtercero2000@yahoo.com.mx

domingo, 29 de enero de 2012

Poder y Traición



Carlos Bonfil
(Publicado en La Jornada)

Es menester desconfiar de los idus de marzo, advertía Shakespeare en su obra Julio César, días de buenos augurios según el antiguo calendario romano, pero días también en los que se producen los crímenes y las traiciones. El título original de la nueva cinta del actor y realizador George Clooney alude precisamente al momento crucial en que la popularidad y los buenos pronósticos de un gobernador que aspira a la presidencia de su país se ven ensombrecidos y amenazados por la ambición y cálculos mezquinos de un colaborador y subalterno. Poder y traición (The ides of March) describe los entresijos y turbiedades de una campaña electoral, no desde las arenas de convenciones y mítines políticos, sino en el espacio claustrofóbico de las sedes de campaña donde se preparan los golpes bajos y se diseña cuidadosamente el desprestigio moral del contrincante, donde se estudian las estrategias para derribar sin escrúpulo alguno sus logros acumulados y la victoria final que creía tener tan a la mano.

El ambiente enrarecido de las contiendas electorales ha sido abordado de maneras muy diversas en el cine estadounidense, desde El último ¡Viva! (The last Hurrah, John Ford, 1958), con el formidable Spencer Tracy, hasta El amargo sabor del triunfo (The candidate, Michael Ritchie, 1972), con Robert Redford en el papel de un aspirante a un alto cargo político agobiado por la tiranía mediática y lentamente encaminado a abandonar sus ideales políticos. En Poder y traición, George Clooney interpreta a Mike Morris, un carismático candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos con posibilidades iguales de triunfo y de derrota por su presunto involucramiento en un escándalo sexual. De modo astuto, el realizador, y también guionista y adaptador de la obra teatral Farragut North, de Beau Willimon, decide dejar su propio personaje en un segundo plano y centrar más la atención en las maquinaciones y deslealtades de Stephen Myers (Ryan Gosling), brillante encargado de comunicación y prensa, colaborador del jefe de campaña Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), y arribista tentado a cambiar de bando en el momento más oportuno. Myers se revela paulatinamente como un joven político desprovisto de ideales y escrúpulos, convencido de entender reglas de juego y estratagemas que finalmente lo rebasan y agobian. Seduce a una joven allegada a la campaña para allegarse información confidencial, y cuando la confidencia resulta explosiva la aprovecha en beneficio propio y desecha sin miramiento alguno al informante, en una más de las clases de cinismo político que aprende del formidable Tom Duffy (Paul Giamatti), jefe de campaña del partido republicano.

A través del retrato fascinante de Stephen Myers, pequeño tiburón de la política sucia, primero aprendiz de brujo, luego chantajista consumado, encarnación del político comodín dispuesto a vender sus favores al mejor postor, ya sea a la prensa o al contrincante político, Poder y traición sugiere lo que puede ser la obra teatral que la inspira, un escenario de sórdidas disputas personales en busca del poder político, de promesas de campaña de antemano desgastadas y de puñaladas traperas al colaborador más inmediato. Es un estudio del envilecimiento moral y sus posibilidades infinitas. Sorprende un poco que Clooney, demócrata convencido, haya elegido mostrar a un político del partido de sus simpatías en un papel tan ingrato, algo que uno imaginaría más en el terreno de la ultraderecha política, del Tea Party estadunidense, por ejemplo. Pero justamente a lo que hace alusión el realizador es a la saña mediática en contra de presidentes y políticos demócratas a raíz de escándalos sexuales, al clima nefasto de un pánico moral atizado para desprestigiar políticamente a los adversarios. ¡Qué mayor placer e impacto que el de derribar la reputación del candidato liberal Mike Morris de enorme popularidad (I like Mike, eco lejano de aquel I like Ike dedicado a Eisenhower), que defiende con ardor los derechos de las minorías raciales y sexuales, los derechos sexuales de las mujeres, y que combate el enriquecimiento desmedido de los poderosos! Morris dice no ser cristiano ni musulmán ni judío y tener como única fe el respeto a la Constitución Política de Estados Unidos. Un populismo arrasador digno de una ficción de Frank Capra (Caballero sin espada/Mr. Smith goes to Washington, 1939). ¿Exhibir la fragilidad moral de un hombre semejante, no es acaso la tentación mayor para el oportunista político?

En la vieja tradición literaria, éste oportunista es el nefasto conspirador shakesperiano, pero también el Mefisto, de Klaus Mann o El súbdito, de Heinrich Mann, y en nuestros días menos gloriosos y mucho más terrenales, es el político que en cada contienda electoral cambia frívolamente de bando, desconociendo todo escrúpulo moral y cualquier lealtad o convicción política.

carlos.bonfil@gmail.com

Múltiples gozos



Ángeles González Gamio

(Publicado en La Jornada)

Es lo que proporciona una visita al antiguo Colegio de San Ildefonso, situado entre las calles de San Ildefonso y Justo Sierra, en el corazón del Centro Histórico. La entrada es por esta última vía; no se fije en esa fachada que es una pobre imitación del estilo barroco original del edificio. La de a de veras, sobria e imponente, está sobre la calle de San Ildefonso, no deje de verla.

Para apreciar la grandeza del edificio vale la pena recordar algo de su historia: a la llegada de los jesuitas a la Nueva España en 1572, la conquista espiritual se encontraba prácticamente concluida, por lo que los recién llegados se dedicaron a labores docentes, particularmente con los jóvenes criollos. Entre las numerosas instituciones que fundaron se encuentra el Colegio de San Ildefonso. Inicialmente tenía el propósito de funcionar como residencia para alojar a los estudiantes de los cercanos colegios de San Pedro, San Pablo, San Gregorio, San Bernardo y del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo.

El edificio que ahora apreciamos se construyó en 1712 y sustituyó a uno más sencillo que habían levantado los jesuitas a fines del siglo XVI. En el siglo XX se edificó la parte que da a la calle de Justo Sierra, para que albergara a la Escuela Nacional Preparatoria. Afortunadamente en esa transformación se conservó la añeja construcción, una de las más bellas de la ciudad, con sus dos patios principales: el enorme del Colegio Grande, de planta cuadrada con elegantes arcadas y tres plantas, y el de los pasantes, con características similares, pero de menores dimensiones. En el primero se encuentra el salón de actos, conocido como El generalito, que resguarda la hermosa sillería del coro de la antigua iglesia de San Agustín.

En 1622 el colegio jesuita tenía 800 alumnos que recibían la mejor educación de la época en magníficas instalaciones, entre las que destacaba una de las mejores bibliotecas de la Nueva España. La magna construcción tras la exclaustración de los bienes religiosos a mediados del siglo XIX, fue siendo paulatinamente destruida, conservándose únicamente dos patios y la portada de la capilla doméstica.

Poco antes del fallecimiento de Benito Juárez, en 1872, Gabino Barreda le propuso la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, idea que el presidente aceptó gustoso, escogiéndose como sede el edificio del viejo colegio jesuita de San Ildefonso; en 1910, la institución se integró a la recién refundada Universidad Nacional. Por esas fechas se decidió ampliar el inmueble, encargándose la obra al arquitecto Samuel Chávez, quien sólo logró concluir el Anfiteatro Simón Bolivar; dos décadas más tarde, en 1929, una vez lograda la autonomía, la obra se concluyó con el edificio estilo neocolonial que da a la calle de Justo Sierra.

Unos años antes, José Vasconcelos siendo secretario de Educación recogió las ideas nacionalistas surgidas de la Revolución, e invitó a artistas a pintar los muros de los edificios públicos para llevar el arte al pueblo. Uno de ellos fue precisamente San Ildefonso, en donde Diego Rivera hizo el primer mural al fresco en el Anfiteatro Simón Bolivar. Continuaron Fernando Leal, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.

Ahora hay dos interesantes exposiciones: Hiperrealismo de Alto Impacto, de Ron Mueck, y otra del polémico roquero Marilyn Manson y... vámonos a comer que ya hace hambre. Muy cerca, en Guatemala 32, se encuentra la primorosa Casa de Las Sirenas, con su espectacular terraza con la vista de las cúpulas de la catedral. Lo reciben con un rico sopecito que ahí mismo prepara una señora en un comal. Yo no perdono la cazuelita de tuétanos para botanear. Sus sopas son originales y sabrosísimas: la Centro Histórico, la de Pancha, de cilantro, la clásica de fideos con higaditos y el caldo mixteco. De plato fuerte, el pato en salsa de tamarindo, el dorado al ajonjolí y la gallinita en mole de mango son incomparables.

gonzalezgamio@gmail.com

viernes, 27 de enero de 2012

Civilización

Olga-Harmony.jpg


Olga Harmony
(Publicado en La Jornada)

Tardíamente, por varias razones que no vienen al caso comentar, pude ver Civilización de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, muy conocido como LEGOM por sus iniciales, el niño terrible de su generación que a través de un lenguaje soez deja entrever muchos de los males en nuestro país. En el caso de la obra que comentamos, Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera 2006, el lenguaje grosero se ajusta perfectamente a las características de los dos personajes principales y a la confianza que se tienen por razones de parentesco.
En efecto, la grotesca trama se va desenvolviendo a la par de los enfrentamientos entre el empresario y su primo, el presidente municipal, ambos de alguna de esas bellísimas y sonrosadas ciudades del centro del país. Con el absurdo capricho del empresario que consiste en construir en el centro de la ciudad de cantera rosa un edificio de cristal de 20 pisos y las discusiones –que no emiten las posibilidades de cochupo para que el primo alcalde envíe al cabildo el proyecto–, se van dando paso las muy cínicas manifestaciones de lo que en muchos lugares del país significa edificar mediante transas, o incluso de manera recta y honorable. Todas estas discusiones se dan de manera muy cómica, incluso con un gran sesgo de farsa que hace reír al público, sobre todo cuando éste descubre momentos muy reales y no es de extrañar que en la función a la que asistí estuvieran arquitectos y estudiantes de arquitectura.
Iniciativas delirantes como la de que se utilice un vidrio que imite la cantera son emitidos por el empresario para armonizar con el entorno. Absurdos como que en los planos del edificio propuesto no existan las ventanas, que hacen necesaria la presencia de un ingeniero reconocido por su rectitud para que firme y enmiende el proyecto. El presidente municipal duda pero acepta las posibilidades de sobornos y lo mismo pasa con el ingeniero, aunque sus dudas son mayores y más largas. Todo un amasijo de corrupciones, cuyo final no revelaré –por principio deontológico profesional– concurren en estas discusiones que el alcalde emprende festivamente con diferentes bebidas, mientras el empresario no puede beber la enfermedad que se le adivina y según la cual no puede caminar. Texto y escenificación se dan muy ceñidos, quizás porque el dramaturgo y el director Alberto Lomnitz tengan cercanía gracias a su pertenencia a la Universidad Veracruzana.
Esto se puede observar en la manera en que el director enfrenta el racismo del empresario hacia el empleado indígena –al que llama por diferentes nombres de deidades precortesianas sin recordar el suyo verdadero– haciéndolo un sutil observador, capaz de tener siempre preparada la copita de tequila ante cada exabrupto de su patrón y quien inicia la escenificación prosternándose ante una escultura de Mictlantecuhti –debida a Héctor Pérez de Paso de Gato– colocado en un área de la propiedad del empresario. El posible próximo derrumbe de las ilusiones del viejo es escenificado metafóricamente por las muy seguidas goteras de su casa que tienen que ser recogidas en variados trastes en el suelo por el indígena vestido como mayordomo burgués con delantal a rayas, lo que es otro sugerente chiste del autor y del director de escena. Casi todo el peso de la escenificación recae en los dos actores principales. Héctor Bonilla, pleno de maliciosa gracia, actúa a un empresario no muy inteligente, pero tenaz en sus propósitos, al que dota de una muy verosímil enfermedad de las piernas. Igualmente gracioso en sus cambios de matiz, desde la exasperación hasta el contubernio, Juan Carlos Vives hace muy buen contraste con el veterano actor. Igualmente bien, en roles menores, Mauricio Isaac y Salvador Velázquez. Los diseños de escenografía son de Edyta Rsewska, de vestuario son de Estela Fagoaga, de iluminación son de Patricia Gutiérrez, de maquillaje son de Carlos Guízar y de escenofonía de Taniel Morales en este texto y este montaje que reivindican, gracias a la Dirección de Teatro de la UNAM encabezada por Enrique Singer, la vigencia del teatro político.

¿Adónde va Vicente?




Margo Glantz
(La jornada)

He coleccionado noticias que parecen interesar a los lectores, las registro para documentar nuestro optimismo y recordar a Monsiváis que tanta falta nos hace, en la inteligencia de que a diferencia de las que él incluía pocas tienen que ver con la política directamente, pero ningún acto público es inocente:

1. La actriz Angelina Jolie ha reanudado contacto con su padre, Jon Voight, tras no hablar con él durante seis años. Ahora estamos en contacto e intercambiando mensajes, dijo la actriz. Mi padre y mi madre (Marcheline Bertrand) me dieron una fuerte conciencia social. Angelina y su padre siempre tuvieron una relación difícil. Trabajaron juntos en 2001, cuando se unieron para la película Lara Croft: Tomb Raider. Al año siguiente la relación volvió a empantanarse cuando Jon le dijo a un reportero que su hija tenía serios problemas emocionales. Poco después Jolie reveló que no hablaba más con su padre.

2. ONU: A pesar de su disminución, los niveles de hambre crónica son inaceptables. La ONU decía en 2008 que el número de personas que sufren hambre crónica ha disminuido por primera vez en 15 años. El director de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) Jacques Diouf, reveló estas cifras en Roma, donde dijo que aún así los niveles de hambruna siguen siendo inaceptablemente altos.

Diouf dijo: Los últimos cálculos de la FAO indican que 925 millones de personas pasarán hambre y estarán desnutridas en 2010. Si bien esta cifra representa una mejora comparada con la cifra pico del año pasado de hambruna mundial de mil millones de personas, no hay motivo para estar satisfechos. Cerca de mil millones de personas hambrientas es y sigue siendo inaceptable.

La FAO convocó una reunión de emergencia en la que se hablará sobre la seguridad alimentaria mundial. Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, dijo que la crisis alimentaria mundial de 2008 aún sigue afectando las áreas pobres del mundo.

3. Hijo de Michael Jackson sufre de depresión.

4. No nos cansaremos nunca de repetirlo. ¿Cómo puede Demi Moore estar tan esplendida a sus 50 años? Bien, quizás seamos un poco pesados, pero es inexplicable genéticamente que no tenga arrugas ni celulitis. Pues bien, los que piensen que mantener ese tipazo no le cuesta quebraderos de cabeza, ¡se equivocan rotundamente! Ella está obsesionada con luchar contra el envejecimiento.

5. Mi papá fue a ayudar a mamá y no regresó. El instinto de sobrevivencia hizo que las hermanas Lizbeth Dalinda y Lesli Dalimel Gaona Treviño se abrazaran a un mezquite durante más de tres días. En medio de la corriente del río Pilón, las niñas de 10 y 9 años, respectivamente, se aferraron a la vida. A las 11 horas del viernes, las hermanas fueron encontradas por cuatro pescadores, originarios del poblado El Barretal, las niñas presentaban síntomas de deshidratación y picaduras de zancudos.

6. “Mujer narra batalla de 5 años contra bacteria que comía su cuerpo. Baltimorte, Maryland, EU. (Ap) Tras despertar de la anestesia, Sandy Wilson descubrió que era paciente de uno de los hospitales donde había trabajado como enfermera. Recuerda haber dado a luz y después le dijeron que había sufrido una infección. Sin embargo, nada pudo prepararla para lo que vería debajo de las sábanas: las bacterias se la estaban comiendo viva.

7. Naomi Campbell pelona.

8. La condena a morir lapidada de Sakineh Mohammadi Ashtiani en 2006 por una relación ilícita (que es como el Código Penal iraní califica cualquier relación fuera del matrimonio) ha conmovido al mundo: recibió 99 latigazos y se encontraba en prisión y aunque las autoridades iraníes hayan dado a entender que van a conmutar la pena, la movilización de sus hijos, Farideh y Sajjad, y de las organizaciones de defensa de los derechos humanos se ha traducido en una campaña en la web para salvar su vida que ya han firmado cerca de 42 mil personas.

jueves, 26 de enero de 2012

Un cuento para Bradbury - Agua de azar



Jorge F. Hernández
(Columna publicada en Milenio)

Siendo inmortal, no ha muerto Ray Bradbury y —llegado el día en que algún ingenuo noticiero tenga la ocurrencia de informar lo contrario— ya sabemos que pervivirá por siempre envuelto en la impalpable atmósfera del inmenso planeta rojo que llamamos Marte. Se sabe que Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en el pueblito de Waukegan, estado de Illinois; es decir, tiene 92 años y en realidad no se necesitan más pretextos para dedicarle un agua de azar como la que intento aquí. No hay más razones para estos párrafos que el honesto afán de una gratitud postergada: durante los pasados dos años y medio finqué la rara pero feliz costumbre de leer un cuento de Bradbury a la semana; la ocurrencia se debe al libro Bradbury Stories (Perennial, Harper Collins Publishers, 2003) gordo volumen que reúne nada menos que 100 de sus cuentos más celebrados. Al cargar por primera vez el libro parecía buena ocurrencia proponerse la lectura de un cuento por semana, como amuleto para las inciertas cien o más semanas que se fincaban en ese instante como un destino o meta; desde luego, hubo semanas en que falté a mi empeño y otras en que la madrugada me permitió leer más de un relato… pero el propósito se cumplía poco a poco, con la idea de llegar a estos párrafos como guinda de sincera gratitud.

Sucede que a Ray Bradbury lo había yo encasillado en la fácil consideración de ser el autor de Las crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953) y nada más. “Poeta del Pulp fiction”, diría el Time. Es decir, se me hizo fácil considerarme su lector por el hecho de admirar esas dos novelas con el debido asombro y sintiéndome inmune a la tentación de volverme fanático de esos párrafos, de los que citan Fahrenheit 451 como el Apocalipsis anunciado en este mundo donde ya nos alcanzó el futuro y así como en la novela es delito y pecado mortal no sólo leer libros, sino poseerlos, así hoy en día le buscamos similitud y metáforas a la pesadilla (o peor aún, considerarme lector de Bradbury —como dicen serlo muchos mentirosos— con tan sólo ver la película que se hizo sobre su novela incendiaria). Se me hizo fácil guardar en el estante de ciencia ficción sus Crónicas marcianas como divertido ramal de la Literatura con mayúscula, como si no fuera de a de veras. En mi estulticia y soberbia llevaba la baba de la ignorancia y estupidez: ahora que lo he leído a conciencia caigo en cuenta de la mayúscula Literatura de Bradbury, ésa genialidad que despertó en gigantes como Jorge Luis Borges (de allí su Prólogo a la primera edición en español de las Crónicas marcianas) o Eliseo Diego que tuvo el deseo de conocerlo en persona. De hecho, el gran poeta Eliseo sostuvo correspondencia con Ray Bradbury y se conocieron en un congreso en un encuentro que sin duda se repite en el infinito, en el espacio sideral, allá donde los marcianos extienden sus vacaciones invisibles.

Intento un cuento para Bradbury donde el personaje y sus circunstancias —según Wikipedia— son él mismo como si tuviésemos que inventarlo, como si no fuera cierto que es descendiente directo de Mary Bradbury (acusada y sentenciada a la hoguera por supuesta brujería en Salem, Massachusetts en 1692), como si no fuera cierto que Ray tuvo gemelos de hermanos mayores, uno de los cuales murió en 1918 o como si no fueran hijos y nietos de periodistas, gente de tinta y tipos móviles. El cuento narra la vida de un lector apasionado, devoto feligrés de la obra de Edgar Allan Poe, Somerset Maugham, John Steinbeck, L. Frank Baum y su Mago de Oz, Julio Verne, H.G. Wells y Edgar Rice Burroughs, autor de la saga de Tarzán que marcó al niño Bradbury con otro de sus libros que podríamos traducir como El cacique de Marte. Bradbury escribió a los doce años una continuación de esa novela, quizá sin saber que fincaría un amplio lectorio y pasaporte a la inmortalidad precisamente con sus relatos resumidos bajo el título de Crónicas marcianas años después.

En realidad, el boleto para la eternidad que lleva Ray Bradbury tatuado sobre el pecho con cada párrafo que ha escrito y cada libro que lee se debe a dos sortilegios milagrosos: el primero ocurrió en 1932, cuando alguien lo llevó a una feria y durante el espectáculo de Mr. Eléctrico el niño Bradbury fue el afortunado elegido entre todos los azorados niños que poblaban la carpa para pasar el ruedo de aserrín y ser tocado en la punta de la nariz por la electrificada espada de Mr. Eléctrico, al tiempo que el enigmático encantador de frac y chistera gritaba “¡¡Vive para siempre!!”. El otro milagro para la grandeza de este escritor se debe a una tía que leía cuentos todas las noches y fincó en Bradbury la sana enfermedad y justa devoción no sólo por los libros, sino por las bibliotecas: el propio Ray afirma que “las bibliotecas me criaron. No creo en los colegios ni en las universidades. Creo en las bibliotecas, pues la mayoría de los estudiantes no tienen dinero. Yo terminé la preparatoria durante la Gran Depresión y no tenía dinero. No podía inscribirme en alguna universidad, así que me propuse ir a la biblioteca tres veces a la semana durante diez años”. De hecho, como detalle del cuento de Bradbury habría que subrayar la hermosa escena del autor que escribe Fahrenheit 451 en la biblioteca Powell de UCLA, en la sección donde antiguamente se alquilaban por hora máquina de escribir.

El hombre que jamás ha tramitado una licencia de manejo, almirante de los viajes literarios a Marte que no voló en avión hasta los setenta y tantos años de edad. Bradbury que alivió pasajes de su verdadera biografía en cuentos como “El romance del Gordo y el Flaco”, hermoso relato con mucho tinte de autobiográfico, tal como el cuento “El pedestre” precede a la novela Fahrenheit 451, anécdota autobiográfica escrita en la noche en que la patrulla de la policía de Los Ángeles lo detuvo para averiguar por qué caminaba por las banquetas o aceras de las calles; bajo el imperio del automóvil, ya nadie caminaba por placer y todo pedestre se volvía sospechoso y el cuento narra al hombre que es juzgado y ejecutado precisamente por caminar; el cuento de un hombre idéntico a Hitler o el que narra un choque de bicicletas en Dublín, o el cuento del hombre que viaja a lugares lejanos tan sólo por el teléfono a larga distancia, escrito el día que Bradbury escuchaba por teléfono los aplausos de sus muchos lectores reunidos en la Ciudad de México para celebrar el amoroso oficio, ejercido por más de sesenta años de recordarnos que, en realidad, todo es puro cuento.

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites