jueves, 19 de julio de 2012

TODOS PODEMOS SER ASESINOS: DANIEL GIMÉNEZ CACHO

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Ira Franco
Fuente: Domingo, El Universal

Daniel Giménez Cacho me ofrece la mano y dice "Daniel", como si hiciera falta. Han pasado veinte años de que lo conozco y esta será la primera vez que hable con él. Vengo a entrevistarlo no como actor, sino como director de la reciente puesta en escena Misericordia, un texto del dramaturgo tijuanense Hugo Alfredo Hinojosa. Se trata de una obra enmarcada en el teatro social, protagonizada por ocho mujeres que caminan juntas en la Caravana por la Paz, organizada por el poeta Javier Sicilia: todas han perdido a un ser querido en las trincheras de la lucha contra el narcotráfico en este país.

Desesperadas de buscar sin encontrar, las mamás y las novias de los desaparecidos van descendiendo poco a poco hacia el abismo de los significados, menos políticos y más universales: ¿Qué es ser víctima o victimario? ¿Qué se hace con el sufrimiento? ¿A qué nivel nos eleva o nos hunde?

Antes de hablar de la obra, Daniel se presenta con esas manos que podrían contar con cada peca y con cada línea remarcada la historia de la vida cultural de este país en los últimos veinticinco años. No sé si empezar con una confesión: "Daniel, te tengo un poco de miedo, te he visto destrozar tantas veces a alguien con una mirada furtiva". En 2010, sin ir más lejos, fue el Capitán Ramírez en El Infierno de Luis Estrada, un personaje-metáfora de la desquiciada realidad mexicana; el representante del gobierno coludido con la mafia o el representante de la mafia gobernante coludida con el verdadero gobierno, qué sé yo… Lo cierto es que nadie en el cine mexicano tiene una sonrisa tan diabólica como Daniel, y al verlo bajar las escaleras de la tarima del teatro donde lo entrevisto, revive en mí esa sensación de sutil malignidad. Me quedo con mis pensamientos y le hago la primera pregunta:

—¿Misericordia es una obra política, con agenda definida?
—La obra no tiene una trama lineal ni precisa, pero sí te vas a encontrar con personajes que pertenecen a una Caravana por la Paz, haciendo una clara alusión al Movimiento por la Paz, pero tiene mucha libertad para entrar a terrenos de sueño o más inconscientes, es una obra que se atreve a hablar de cosas más delicadas: qué puede pasar cuando a ti te asesinan a tu pareja o a un hijo. Es un teatro directo, simple, que sucede allí. En este caso las actrices no salen de escena, todo lo que sucede descansa sobre su trabajo, sin escenografías complicadas. La dificultad aquí viene del tema doloroso y que la sociedad ha encontrado muchos mecanismos de defensa contra el dolor, contra la desgracia ajena… No tenemos la pretensión de que el teatro va a cambiar la realidad pero sí puede fomentar debate —me responde.

Misericordia es una obra de la Compañía Nacional de Teatro que se estrenó hace tres días en el Teatro Casa de la Paz, de la colonia Roma. Con la voz cantante de Julieta Egurrola —desde hace años identificada con causas políticas— las ocho actrices se propusieron llevar a escena el lamento de un país que se manifestó en su forma más aguda en aquella caravana organizada por el poeta Javier Sicilia, luego de que su hijo fue asesinado en abril de 2011: una de las 60 mil víctimas de la violencia durante los últimos seis años.

—¿Cómo fue trabajar como único hombre con ocho mujeres?
—Trabajar con ocho mujeres definitivamente cambia la atmósfera de un teatro, pero eso se parece mucho a lo que ocurre realmente en el Movimiento, donde hay hombres que están más cerca de su lado femenino. Es natural, cuando hablas de tragedias y amor a la vida, pues la madre es la que da la vida y ese punto de vista es muy importante. A mí siempre me ha gustado mucho, desde que nací tengo un hermano, pero sobre todo cuatro hermanas. Mis inicios en el teatro fueron por una mujer, salvo Juan José Gurrola que fue mi maestro. Llegué al teatro por una mujer. Me gusta, la verdad.


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Teresa Rábago es una de estas ocho mujeres que ha estado bajo la batuta de Daniel Giménez Cacho en Misericordia. Y sobre su papel en la obra, ella me cuenta:

—No es la ausencia de la que tiene un hijo muerto, sino la posible presencia. Es un estado límite permanente, es Medea. Que seamos todas mujeres tiene todo que ver desde las suplicantes de Eurípides, desde las Madres de Plaza de Mayo. Son los hijos que han matado. Recuerdo que lo leí hincada (el guión), admirada por la capacidad de alguien que transforma su dolor en hechos creativos, como Javier Sicilia, por ejemplo. Admiro la trasmutación del dolor —me dice Teresa, integrante de la Compañía Nacional de Teatro y actriz en la película El lenguaje de los machetes, del director Kyzza Terrazas.

—¿Cuál es la consigna de trabajar en esta obra?
—En este particular trabajo no me interesa actuar en un personaje creado al detalle sino tener la sensibilidad para que a través de mí se comunique lo que a la sociedad le importa, lo que los mexicanos necesitamos escuchar. Yo rezo todos los días antes de salir al ensayo para que esto no me pase, porque interpreto a una mujer con un hijo desaparecido, pero si me pasara, quisiera que alguien hablara de mí, que no me olvidaran, que se hiciera justicia —me cuenta la actriz.

Teresa Rábago dice que la idea de una obra que reflejara el dolor de las mujeres buscando a sus desaparecidos fue de Julieta Egurrola, quien lleva un buen rato en la dinámica de las caravanas; Egurrola quería manifestar desde la teatralidad lo que estaba ocurriendo en el país. Después, el director Luis de Tavira pensó en la convocatoria y le hizo la invitación a Daniel Giménez Cacho. Teresa Rábago me cuenta que cuando le entregaron las primeras líneas del texto tuvo un profundo miedo: "Como si fuera un pensamiento mágico, entrar en ese cauce de energías me invitaba a convocar un estado emocional muy fuerte. No es lo mismo ponerse leer en el periódico que ponerse en los zapatos de alguien que ha perdido a un hijo. Pero el teatro es para mí la única ventana de que la gente se asome y se sienta convocado".


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Por alguna razón, a Daniel lo buscan sobre todo para los villanos. Hay algo extraño en prestar tu cuerpo para que te odien, le comento, pensando en los infames personajes políticos de El Infierno (Estrada, 2010) y en Colosio: El asesinato (Bolado, 2012). Hay algo muy poderoso en ser siempre 'el malo'. Y allí es cuando su voz se vuelve enérgica, allí es cuando sus ojos me taladran: "Todos podemos ser absolutamente todo", me dice. "El primer villano que hice me parecía imposible. Me parecía la cosa más lejana, hace mucho, Bandidos (Estrada, 1990). Imagínate, ¡matábamos niños! Yo nunca lo había hecho, tenía la idea de que yo era muy buena persona, pero la verdad es que basta con atreverse, basta con no juzgarse y dejar esas categorías morales y entrar dentro de uno mismo. Eso es actuar, así en la maldad como en cualquier otra cosa. Pero lo que más me sorprendió es darme cuenta de que todos traemos todas esas cosas dentro y lo vamos cancelando, te vas contando la historia de que tú eres simpático o buena onda, o celoso, o inteligente. Nos vamos construyendo y cerrando las puertas a lo otro, pero en realidad podemos ser cualquier cosa", analiza Giménez Cacho. 

Quizá es la voluntad de ser y no la capacidad. Daniel está hablando de elegir, de la responsabilidad de esa elección. Quizá está hablando de ser libre. "No puede ser que como actor te niegues puedas representar a Hitler por tu impedimento moral… pero sí puedes decidir no estar en cierto tipo de proyectos por el contenido y el mensaje que manden…yo no hubiera hecho una película como La Cristiada, por ejemplo (una cinta protagonizada por Andy García y que fue financiada por la fraternidad católica masculina Los Caballeros de Colón, dedicada a reivindicar fe católica en el mundo). Tienen que ser cosas que superen los pleitos políticos y que sean documentos que uno pueda ver al paso de los años y estés o no de acuerdo con ellos tengan un punto de vista que ilustra o amplia la visión, porque de lo contrario vas sembrando pura basura, proyectos de fulano que te pagó para pegarle a aquél".

Y es justamente lo que Daniel no hace. Sembrar basura. Tampoco se puede decir que la tiene fácil: lo suyo es sembrar dudas. En el teatro al menos, la mayoría de las obras en que participa contienen preguntas sin respuesta, momentos en que el espectador no sabe qué partido tomar.  Un gran ejemplo de esto es la puesta en escena de Macbeth que se exhibe todo este mes en el Teatro El Milagro—imperdible—, donde Daniel trabaja al lado de su espejo creativo, Laura Almela, en una propuesta de escenificación experimental, totalmente distinta a lo esperado para un clásico de Shakespeare. En ella, los actores alternan de personaje o mejor dicho se desdoblan en puntos clave de la trama, recordándonos que todos podemos ser villanos o presas del pánico con un ligero viraje de la circunstancia. En su Macbeth, Laura y Daniel no usan ningún tipo de vestuario de época ni tienen grandes escenografías. Es un tipo de teatro contemporáneo que suele ser un poco exigente para el espectador, pero el único que saca el verdadero jugo al lenguaje teatral: "No hay escenografías, no hay personajes, pero al cabo de un rato empiezas a entender un cierto punto de vista del que te lo está contando. Me gusta porque hace que el teatro se exprese en todo su esplendor. Aquí se pueden hacer cosas que sólo el teatro puede hacer…decir 'estoy en el castillo' y pum, estoy ahí. Y puedo decir 'estoy con mi mamá, no la veo, pero la siento' y la actriz puede estar allí y yo puedo no verla. Son instantáneas que no puede hacer ni el cine ni ningún otro medio. Eso es lo que más me gusta, aprovechar el lenguaje y no estar compitiendo, como obras que quieren crear la ilusión y que entre una gran pirámide y cambiar el escenario con un plato giratorio. Para eso mejor voy al cine y listo".

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El guionista de Misericordia es el dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa, ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo en 2009 (entre otros) y merecedor más recientemente de una beca de residencia en el Royal Court Theatre de Londres. Giménez Cacho dice que el guión de Misericordia le gustó desde el principio.

—¿Qué fue lo que te atrajo?
—Me gustó muchísimo, es un texto que se atreve. Hugo Alfredo (Hinojosa) es de Tijuana y ha estado en contacto con este tipo de experiencias; pero en realidad me gustó porque se atrevió a cuestionarnos qué es este sufrimiento, qué rol ocupa esto de ser víctima o victimario, cuando te toca la etiqueta de víctima ¿eres un santo? o ¿cómo se vive?

—¿Y qué descubriste allí? 
—Que lo que para unos tiene respuesta en Dios como salvación, para otros es la comprobación de que Dios no existe, porque si existiera no permitiría semejantes atrocidades. El sufrimiento nos eleva de nuestra condición cotidiana y nos enfrenta a este tipo de preguntas profundas del espíritu. Te sales de la media indiferente,  rebasada por el cotidiano. Hay muchas cosas aquí que no tienen respuesta porque se trata del problema ancestral: cómo se enfrenta el ser humano al sufrimiento.

—¿Qué pasa en estos terrenos de la realidad donde los sicarios son casi unos niños, donde los sicarios también podrían ser considerados víctimas?
—Por supuesto, es un tema que también introdujo Javier Sicilia: qué tanto todo el ejército de sicarios jovencitos son también víctimas de un sistema que no ha sabido darles un lugar. Es innegable que el modelo social deja de dar ofertas y no sólo económicas. Ahora están tan decadentes los valores de nuestra sociedad que es mucho más chingón traer un arma y una troca del año y tener este poder, porque se ha degradado lo otro. Atacar eso se me hace mucho más importante a través de educación, cultura, deporte y trabajo, por supuesto.

—Hablando de victimizar, después de todas estas personas en que te has convertido, todos estos puntos de vista que has visitado, ¿crees que una persona dogmática puede ser actor, alguien muy apegado a sus creencias? 
— Creo que no. Estudiando algo sobre la violencia he visto que nos ha hecho mucho daño categorizar al mal como una cosa que está pasando "allá", lejos. Pensar "ese es el malo que agarró una pistola y mató al otro, es un marciano y yo no tengo nada que ver con él". Mentira. Todos podemos ser asesinos, depende de la situación en la que estemos. Verlo así te ayuda a ver el fenómeno de otro modo y a poderlo modificar, no te quedas con el 'ese es puto' o 'ese es sicario'. Eses es un tema de esta obra, también".

Por su parte, el dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa explica que aunque Misericordia proviene de un movimiento político específico y del requerimiento de las ocho actrices que tenían como base un texto del propio Sicilia, su obra es completamente independiente y está más sustentada en la relación de estas mujeres con el sufrimiento dentro de este instante histórico.

—No creo en las víctimas. Creo en situaciones de destino, de vida, todos hemos sido victimizados y victimarios alguna vez en la vida. Una cosa que tiene la obra es que yo rescato muchas cosas personales de mi madre por ejemplo, el personaje de Carol Mastache es mi mamá, hablando de la muerte de mi papá, hablando de mí; se trataba de confrontarme con una realidad muy personal. No creo que haya gente ni mala ni buena: siempre he dicho, si mi papá estuviera vivo a lo mejor yo ya estaría muerto, porque entonces yo hubiera sido un junior, con mi Pickup y ahorita ya me hubieran matado; habría importado más la circunstancia que si somos buenos o malos en un sentido maniqueo. De hecho hay una escena que le gusta mucho a Daniel en que las víctimas hablan de sí mismas pero denostándose, es decir 'nos tuvo que pasar esto para reaccionar'. De pronto de ser víctimas, se convierten en unas parcas, en vírgenes oscuras. 

Si bien Hugo Alfredo trató de alejarse de la política, sí hay una escena en que se lanzan parlamentos para contextualizar el momento histórico y hasta se habla de un muerto real, con nombre y apellido: Nepomuceno Moreno. Pero la dinámica de la obra hasta ahora ha sido muy particular: el dramaturgo asiste a casi todos los ensayos (algo muy raro en el teatro) y no para entrometerse como vigilante, sino para aprender de esta experiencia orgánica que fue escribir a partir de la necesidad de las ocho actrices de contar algo. Para Hugo Alfredo, Daniel está apostando por una dirección que pretende poner la estocada a un público que ante tantas noticias quizás se encuentre adormecido, anestesiado. 


***

Una vida poniéndose otras pieles hacen su barba canosa tenga sentido, aunque Daniel Giménez Cacho sólo tenga 51 años. Su cuerpo es fuerte aún, su andar y sus manos vigorosos como en un muchacho. Es como si su rol de director necesitara un traje más sabio y Daniel se lo pusiera cómodamente. Le pregunto directamente si después de tantas vidas él aún sabe quién es: "Por eso empecé a actuar. A mí me gustaba esto del teatro para tener la posibilidad de escapar de quién era yo, al principio decía 'prefiero ser esto, aquello, actuar con guiones' porque es que la vida no tiene guiones, entonces…¡es una chinga! Hay que estar improvisando las 24 horas. Ahora ya no es tanto así. Me ha ayudado el paso del tiempo claro, pero lo más importante es que tú mismo vayas adquiriendo el conocimiento y te vuelvas quien eres realmente". 

En ese momento culmina la entrevista: Daniel tiene que ir a marcar una escena que no ha quedado, para estas fechas el estreno estaba a la vuelta de la esquina. Se despide de mí y me pregunta mi nombre de nuevo. Lo veo partir y pienso en él como en un larguísimo y viejo rollo fotográfico —de esos que ya nadie usa— que va revelándose (y rebelándose) muy lentamente, por medio de químicos de efecto pausado. Creo que me gustará estar allí para ver el resultado final.



IRA FRANCO es una periodista totalmente ciega a las ecuaciones (pero no al drama): pasó la materia de Cálculo Diferencial en la preparatoria cuando presentó, en lugar del examen extraordinario, una pequeña obra de teatro; su profesor, un barcazo, la aprobó. Sus reportajes e historias han aparecido en las revistas "Vuelo", "T+L México", "Expansión" y en el portal "CNN México". También tiene una columna de cine en la revista "Chilango"

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