Elena Poniatowska
(Publicado en La Jornada)
Todo el horror de la locura y de la depresión, todo el vacío y los terrores mortales, toda la tragedia griega, desde Ifigenia hasta Antígona, están en sus telas negras y grandiosas.
Si Víctor Trujillo sabe sacar de sí mismo con tanta excelencia la angustia del creador, es porque la conoce.
Si Víctor Trujillo nos comunica su rabia esencial es porque las emociones básicas nunca le han sido ajenas. Si Víctor Trujillo nos hace sentir que caminamos sobre una balsa a punto de hacer agua es porque él la vive todos los días al comunicárnosla en la madrugada.
No sé si Víctor Trujillo sea un hombre religioso, pero Rothko lo fue. Su capilla Rothko, en Houston, es quizá la única experiencia religiosa de los que no tienen dios.
La rapidez con la que los actores Víctor Trujillo y Alfonso Dosal cubren una tela en esta obra Rojo me llenó de asombro, porque no la lograría ni el más avezado pintor de brocha gorda. John Logan estaría orgulloso de semejantes intérpretes, así como muchos de nosotros estamos contentos de descubrir a un Víctor Trujillo que tiene afinidades con un hombre que supo jugársela y para quien lo único valioso fue el compromiso con lo que se cree, a costa de la propia vida.
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