Fernando Zamora
(Publicado en Laberinto, suplemento de Milenio 28/01/2012)
La principal virtud de Martin Scorsese en la construcción de su primer experimento en tecnología 3D (Hugo) es que encarna a sí mismo para hacer una película con sabor a otro tiempo. Evitemos las malas interpretaciones, Hugo no es un homenaje al cine mudo. Tampoco es un homenaje a Méliès; Hugo es un experimento mental mucho más complejo. Y en él Scorsese se imagina director en la primera década del siglo pasado. Un director que cuenta, sin embargo, con tecnología del tercer milenio. Sólo así se entienden las digresiones narrativas que habitan esta película: la niña cae y pareciese absorbida por el suelo; la gente, insensible, camina sobre ella, la pisa; la cámara todo lo filma desde aún más abajo; el policía de la estación persigue al niño y se enreda en una coreografía digna del pastelazo; Méliès hace girar las hojas de un cuaderno y nos introduce en una animación; etcétera. Scorsese juega a experimentar con el montaje como si no lo hubiesen hecho ya Eisenstein, Hitchcock, Welles, Cocteau, Vigo y aun él mismo. Para utilizar una metáfora plástica, es como si un pintor contemporáneo jugase a descubrir la perspectiva.
Scorsese contraría la ética posmoderna del “roba y triunfarás”. A diferencia de los idiotas que repiten la misma escena fuera de contexto, inventa su propio Cero en conducta, su propio Acorazado Potemkin, su Perro andaluz y su Bella y la bestia. Esto es Hugo, la película más personal que Martin Scorsese ha filmado desde La edad de la inocencia. Y Livingston Lowes bien pudiese decir de él lo que dice de Coleridge: “Dadle una vívida palabra de algún viejo cuento; que la mezcle con otras dos en su mente; y entonces (usando expresiones musicales) ‘con tres sonidos compondrá no un sonido más sino una estrella’ ”. El posmodernismo está hecho de ladrones, como el tío con el que Hugo tiene que vivir. Pero Scorsese más que robar busca la llave que le permita abrir un misterio que se llama montaje. No debe ser casual que lo que busca Hugo sea una llave en forma de corazón.
Desde el punto de vista narrativo, Hugo ha sido construida como una ópera, con tiempos en los que el autor avanza trama y tiempos en que espera que el público se recueste cómodamente en su butaca para disfrutar de la lírica que aquí es puro arte visual. Scorsese parece haberse inspirado en Los cuentos de Hoffmann de Offenbach y particularmente en la versión para cine que dirigieron en 1951 Michael Powell y Emeric Pressburger. En esta versión los directores subrayan la obsesión de Hoffmann por el androide. Este interés por pernos y engranes que llevan a la destrucción al protagonista del cuento “Hombre de arena” emancipa al pequeño Hugo. Ahí donde Hoffmann enloquece, Hugo descubre una vocación que liberará a Georges Méliès de su locura.
Hugo cuenta la historia de un pequeño mirón, un voyeur que, enamorado de su androide, encuentra finalmente el amor en un genio del cine y en esa linda niña francesa de cuyo cuello pende una llave en forma de corazón.
@fernandovzamora
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